Allí trabajé en una pequeña universidad californiana y me hospedé con un amigo con el que solía viajar en los descansos del calendario escolar. Me dejaba a menudo su cámara y parece ser que le impresionó la manera en que disfrutaba enloquecida cuando la usaba… y lo difícil que era arrancármela de las manos.
Un día, paseando por un impresionante paisaje del norte de California, le conté mi historia fotográfica y mi viejo propósito del primer sueldo. ¿Cómo podía yo imaginar que alguien me iba a tomar en serio?
Entonces, cuando ya hacía tiempo que había dejado de esperarlo, llegó el mejor regalo de mi vida: mi primera cámara digital, una Canon 300D Rebel. Cuando abrí la caja y descubrí estupefacta lo que contenía, no podía creerlo. Estuve llorando durante dos horas sin parar. Pobre hombre, se asustó mucho.
A partir de ahí… primero fueron muchos clics desbocados, después más cacharros, cursos, talleres, libros, tutoriales, más cursos, visionados, un equipo mejor, muchas horas de estudio e investigación y muchísimas horas de trabajo frente al ordenador.
Hasta hoy, que sigo disfrutando igual que cuando de niña les pedía a mis amigas que me dieran su mejor perfil.
La primera vez que me colgué una cámara al cuello tendría once o doce años. Era una pequeña cámara que rondaba por la casa, anónima y coqueta, una tal Halinar Anastigmat que hoy día reposa en una estantería de mi despacho como un tesoro exótico.
Traía locas a mis amigas con el ponte así y ponte asá, pruébate esto, espera que voy a sacar la luna de fondo, date la vuelta, ¡ahora!. Carolina, Iliana, Ana, Alicia, Vero…todas fueron mis musas y modelos.
Nadie me enseñó a usar la cámara, llevaba pegado en la funda un recorte del cartón de los carretes con las indicaciones para ajustar la velocidad y la apertura del diafragma.
Tiempo después, alguien descuidado rompió esa cámara y estuve varios años alejada de la fotografía. Años en los que fui conformando mi pasión por el cine, mi amor platónico.
Estudiando ya en la universidad, volví a reencontrarme con ella a través de un novio que era muy aficionado. Cuando él heredó una cámara mejor, pensé con ilusión que yo heredaría la antigua… pero no cayó la breva.
Entonces decidí que lo primero que haría con mi primer sueldo decente sería comprarme una cámara.
Entretanto, flirteé con el video y el mundo audiovisual y me gradué también como Técnica en Audiovisuales.
Aproveché las oportunidades que las carambolas de la vida me brindaron de conocer y desarrollarme en otros contextos, mudándome primero a Suecia y luego a Estados Unidos.
Seven UnionWep Awards
Ten Fearless Photographers Awards
Fourteen ISPWP Awards
TOP 50 Canon Weddding Photographer’s World Contest 2014
La primera vez que me colgué una cámara al cuello tendría once o doce años. Era una pequeña cámara que rondaba por la casa, anónima y coqueta, una tal Halinar Anastigmat que hoy día reposa en una estantería de mi despacho como un tesoro exótico.
Traía locas a mis amigas con el ponte así y ponte asá, pruébate esto, espera que voy a sacar la luna de fondo, date la vuelta, ¡ahora!. Carolina, Iliana, Ana, Alicia, Vero…todas fueron mis musas y modelos.
Nadie me enseñó a usar la cámara, llevaba pegado en la funda un recorte del cartón de los carretes con las indicaciones para ajustar la velocidad y la apertura del diafragma.
Tiempo después, alguien descuidado rompió esa cámara y estuve varios años alejada de la fotografía. Años en los que fui conformando mi pasión por el cine, mi amor platónico.
Estudiando ya en la universidad, volví a reencontrarme con ella a través de un novio que era muy aficionado. Cuando él heredó una cámara mejor, pensé con ilusión que yo heredaría la antigua… pero no cayó la breva.
Entonces decidí que lo primero que haría con mi primer sueldo decente sería comprarme una cámara.
Entretanto, flirteé con el video y el mundo audiovisual y me gradué también como Técnica en Audiovisuales.
Aproveché las oportunidades que las carambolas de la vida me brindaron de conocer y desarrollarme en otros contextos, mudándome primero a Suecia y luego a Estados Unidos.
Allí trabajé en una pequeña universidad californiana y me hospedé con un amigo con el que solía viajar en los descansos del calendario escolar. Me dejaba a menudo su cámara y parece ser que le impresionó la manera en que disfrutaba enloquecida cuando la usaba… y lo difícil que era arrancármela de las manos.
Un día, paseando por un impresionante paisaje del norte de California, le conté mi historia fotográfica y mi viejo propósito del primer sueldo. ¿Cómo podía yo imaginar que alguien me iba a tomar en serio?
Entonces, cuando ya hacía tiempo que había dejado de esperarlo, llegó el mejor regalo de mi vida: mi primera cámara digital, una Canon 300D Rebel. Cuando abrí la caja y descubrí estupefacta lo que contenía, no podía creerlo. Estuve llorando durante dos horas sin parar. Pobre hombre, se asustó mucho.
A partir de ahí… primero fueron muchos clics desbocados, después más cacharros, cursos, talleres, libros, tutoriales, más cursos, visionados, un equipo mejor, muchas horas de estudio e investigación y muchísimas horas de trabajo frente al ordenador.
Hasta hoy, que sigo disfrutando igual que cuando de niña les pedía a mis amigas que me dieran su mejor perfil.
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He aprendido mucho sobre el amor trabajando con personas muy especiales
que me han invitado a formar parte de su historia de amor.
Atesoro mucho cariño y agradecimiento por ‘mis’ parejas fotografiadas.